domingo, 22 de marzo de 2009

No hay nada mejor que una familia

 
 
Oviedo, Elena FDEZ-PELLO
Llegó a su casa con 10 días. Ahora tiene 20 meses y ambos están preparando la despedida. El pequeñín que juega a ras de suelo, moreno, incansable y risueño, permanece ajeno a la conversación correteando por la habitación. La mujer que hasta ahora ha ejercido de madre para él habla de la ilusión con la que cada mañana se acerca a la cuna de Juancho. «Con esa mirada nos lo da todo», dice y, en ese instante, el niño hace rodar todos sus juguetes.

La comisión especial del Senado que estudia la adopción nacional recomienda que se agilicen los acogimientos familiares, sobre todo de bebés. Y la Consejería de Bienestar Social del Principado pretende fomentar esta medida para evitar el ingreso de los niños en los centros de menores. Juancho es uno de esos bebés que, de no haber sido por una familia de acogida, habría pasado sus primeros meses de vida en una institución, perfectamente atendido pero sin un afecto cercano.

Durante casi 20 meses -la duración máxima de un acogimiento es de 24- María José Antiñolo y su marido, Amador Espejo, han cuidado de Juancho. Esta pareja tiene tres hijos, de 21, 11 y 9 años, y a lo largo de estos últimos años ha abierto sus puertas a tres niños, uno detrás de otro. Llegaron, los incorporaron a la familia y, transcurrido un tiempo, se separaron de ellos para entregarlos en adopción a las que serían sus familias definitivas.

En el programa de familias canguro para los niños tutelados por el Principado, coordinado por Cruz Roja, participan actualmente 17 familias. María del Mar Nodal, la psicóloga que trabaja con ellas, asegura que «nunca son suficientes». Hay mujeres solteras, parejas jóvenes sin hijos, prejubilados con hijos ya mayores y familias convencionales, como la de María José Antiñolo y Amador Espejo. Los requisitos para acoger a un niño en casa son sencillos: tener más de 25 años y superar un proceso de valoración psicosocial (varias entrevistas sobre diversos aspectos de su vida).

A María José Antiñolo le gustan los niños, es evidente. Cuenta que siempre quiso ayudar a los que estaban desprotegidos, pero no supo cómo hasta que en un centro de menores próximo a su casa, en Gijón, vio un cartel anunciando el programa de acogida familiar. Entró, se informó, lo pensó detenidamente, lo comentó con su marido y sus hijos y entre todos tomaron la decisión. «En un año ya estábamos en el programa», comenta.

El primer niño que cuidó en su casa fue un bebé de un mes, que pesó al nacer 2,8 kilos. Por aquel entonces, ella trabajaba a media jornada como reponedora de un supermercado y madrugaba. «Estaba cansada pero pensé: "Ya nos arreglaremos" y la experiencia me prestó mucho», rememora. Aquel bebé se fue pronto y después llegó Olga, una cría de nueve meses que Antiñolo describe como «muy guapa, sonriente y gordita». Se enternece hablando de ella y recuerda vivamente su primer encuentro. «Como era un bebe mayor, fui primero al Materno a conocerla y la saqué a pasear, para ir conociéndonos. En el parque lo primero que hizo fue darme una torta, y luego otra», relata. Olga no tenía cosquillas, no se dejaba abrazar y nunca lloraba. Eso fue cambiando poco a poco, con la atención y los arrumacos que le dedicó toda la familia.

Estuvo 16 meses con ellos y, desde que fue dada en adopción, no han vuelto a saber de ella. «Cuando se marcha, lloras y lo pasas mal, pero merece la pena. Nadie debería dejar de ayudar a un niño por miedo a sufrir con la separación», opina Antiñolo.

La pequeña Olga continuó su vida en una nueva familia, la definitiva, y se llevó el álbum de fotos que María José, su marido y sus hijos prepararon especialmente para ella con muchos de los momentos que compartieron, incluida su fiesta de cumpleaños que, como muy bien recuerda María José, es el 31 de diciembre.

Cuatro meses después de la marcha de Olga, Juancho, el niño que ahora juega a los pies de María José Antiñolo, irrumpió en la vida de la familia.

Ninguno de los niños que ha acogido en su casa la ha llamado mamá, señala. Cuando alguno intentaba hacerlo ella lo corregía y, en ocasiones, les explicaba cuál era su relación dibujándoles monigotes. Todos deben tener claro cuál es su situación y los niños, dice esta mujer, lo comprenden fácilmente.

La prueba de que, a pesar de que la separación duela, la experiencia merece la pena es que, según los datos de Cruz Roja, el 85 por ciento de las familias que realiza un acogimiento infantil repite. María del Mar Nodal subraya que, hasta ahora, todos los acogimientos que se han llevado a cabo en Asturias han sido un éxito. La inmensa mayoría de los niños dados en acogida son menores de tres años. Los bebés requieren sobre todo trabajo físico, los mayores plantean más problemas psicológicos. «Muchos bebés tienen síndrome de abstinencia y en esos casos lo único que se puede hacer es cogerlos en brazos y calmarlos», apostilla Nodal.

En este punto de la conversación interviene María José Antiñolo, agradeciendo su apoyo a los psicólogos y los profesionales que trabajan con ellos durante los acogimientos. «Sin ellos no sé lo que haríamos», reconoce. Las familias y los trabajadores, en este caso de Cruz Roja -hay otra asociación, Meniños, a través de la que se pueden realizar acogimientos-, comparten sinsabores y alegrías, hasta lágrimas en las despedidas, admite María del Mar Nodal.

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